Quemados por el trabajo

Los profesionales de la sanidad y la enseñanza son los más vulnerables al estrés ocupacional

MAYKA SÁNCHEZ, Madrid ( 30-01-01)
Falta de ilusiones, desmotivación, apatía, carencia de expectativas de promoción, agotamiento físico y mental, pérdida de energía y sensación de frustración son algunos de los sentimientos del trabajador quemado o afectado por el síndrome del desgaste profesional, que en psiquiatría se enmarca en los trastornos adaptativos crónicos. Los trabajos y profesiones que exigen entrega, implicación, idealismo y servicio a los demás son los más proclives a generar este tipo de estrés ocupacional. El síndrome del quemado se asocia a mayores tasas de divorcio, suicidio, depresión, cambio de trabajo, abuso de alcohol y otras drogas, así como a menores expectativas de vida. Los profesionales de la sanidad, la enseñanza y los servicios sociales son los más vulnerables.
 

  • El fenómeno del trabajador quemado empezó a estudiarse en Estados Unidos en los trabajadores que prestaban servicios humanos, especialmente en médicos. Ahora, según algunos autores estadounidenses, afecta aproximadamente al 10% de los médicos. Pero no son los únicos afectados: les siguen muy de cerca el personal de enfermería, maestros y profesores, bomberos, trabajadores sociales, personal de equipos de rescate...

    Son los "empleados de cuello blanco", como los designa Francisco Alonso-Fernández, catedrático de Psiquiatría de la Universidad Complutense de Madrid, en su libro Psicopatología del trabajo: "Son los que desarrollan una actividad intermedia entre los trabajos intelectuales y los manuales. Son trabajadores en permanente contacto con los demás, agobiados por las demandas del público y controlados por la dirección".

    Fue en 1974, cuando el psiquiatra Herbert Freudenberger, que atendía a toxicómanos en un hospital de Nueva York, empezó a observar cómo muchos de sus compañeros, jóvenes e idealistas, al cabo del año de trabajo sufrían una gran desmotivación y una progresiva pérdida de energía hasta llegar al agotamiento, así como síntomas de ansiedad y depresión. Lo denominó el síndrome del quemado (burnout sydrome, según la expresión original en inglés), terminología que dos años después acuñó la psicóloga social Christine Maslach y que utilizaban de forma coloquial los abogados californianos para describir el proceso gradual de pérdida de responsabilidad profesional y desinterés cínico entre sus colegas.

    Trastorno de adaptación

    Según Alonso-Fernández, el trabajador quemado sufre un síndrome de agotamiento profesional, que se estudia dentro de los trastornos de adaptación, y en el que confluyen factores de personalidad y factores ambientales. Prefiere hacer extensivo este cuadro a todas las profesiones, aunque unas tengan muchos más riesgo que otras.

    Así, según el tipo de estrés que genere la ocupación laboral, establece una clasificación de los trabajadores quemados: estrés de la competitividad (afecta principalmente a empresarios, directivos); de la creatividad (propio de escritores, artistas, investigadores); de la responsabilidad y entrega (médicos, enfermeras); de las relaciones (servicios en contacto directo con las personas: profesores, funcionarios, vendedores); de la prisa (periodistas); de la expectativa (servidores del orden); del miedo (trabajadores de alto riesgo, fuerzas del orden) y del aburrimiento (trabajos parcelarios, mecánicos, rutinarios y monótonos).

    "Existen además otros estresores o agentes determinantes del estrés: organización autoritaria y alienante, desplazamiento penoso del hogar al trabajo, inseguridad laboral, temor a perder el empleo, preocupación económica... Todo ello configura un entramado de fenómenos que dan lugar a un trastorno adaptativo crónico, que a menudo acaba en una depresión con unas caractarísticas muy definidas. Es una depresión anérgica, en la que no se da un humor depresivo, pero sí una falta de ilusión y de motivación y un agotamiento físico y mental que no desaparece con el descanso", explica este especialista en psiquiatría.

    José Carlos Mingote, psiquiatra del hospital Doce de Octubre de Madrid, es de la opinión que la expresión trabajador quemado ha tenido una gran aceptación y se ha acogido como una terminología "descriptiva y poco estigmatizadora, al contrario de lo que suelen ser para la población general los diagnósticos psiquiátricos". Mingote, que ha estudiado este síndrome en los países sajones y que ha realizado un estudio sobre satisfacción, estrés laboral y calidad de vida en el personal médico de su hospital, sostiene que hay diferentes estresores inherentes al trabajo clínico, como son los derivados de "la confrontación con el sufrimiento humano, la enfermedad, la invalidez y la muerte, el trato a pacientes difíciles y no colaboradores y el manejo de información con mensajes de dolor, que van conformando un trabajo emocional añadido al instrumental".

    En el trabajo de Mingote se aprecia que los médicos que están en contacto con los pacientes tienen más estrés laboral que los que trabajan en servicios centrales sin contacto directo con los enfermos. También este análisis revela que la calidad de vida de los médicos es peor que la de la población general española media. Por sexos, aunque no se hallan diferencias en cuanto a satisfacción en el trabajo, sí se observa que las mujeres médicos tienen significativamente menor número de hijos que sus colegas varones, casados con mujeres que no suelen ser médicos.

    Presión psicológica

    Un editorial publicado, en 1994, en la revista científica The Lancet destacaba que los médicos presentan un riesgo doble de suicidio respecto a la población general, porque tienen una presión psicológica superior a la de otros profesionales de igual nivel ocupacional.

    De acuerdo con Rosa Sender, profesora titular de Psiquiatría de la Universidad de Barcelona, el síndrome del quemado se asienta preferentemente sobre "una personalidad perfeccionista, con un alto grado de autoexigencia, idealista y con una gran tendencia a implicarse en el trabajo".

    Desde hace poco más de 10 años el síndrome del desgaste profesional es objeto de debate en los foros científicos de psiquiatría, según José Luis Caballero, especialista del servicio de Psiquiatría del hospital Puerta de Hierro de Madrid. "Precisamente", apunta, "porque el personal médico, como el docente, es especialmente vulnerable a este trastorno de adaptación".

    A juicio de Caballero, hay además especialidades más duras que otras, como "la oncología, que siempre está en contacto con el dolor y la muerte". Pero este especialista considera que las decepciones y desilusiones en el trabajo deben irse "reciclando y adaptando a un estilo de vida en el que las expectativas no superen la realidad, puesto que, de lo contrario, el punto final es la depresión".

    Porque, según indica, el sujeto que se siente desgastado profesionalmente "tiende a neurotizarse, a rumiar constantemente su problema y se lo lleva a todas partes, por lo que nunca desconecta". Así, su vida gira alrededor del trabajo y de la profunda insatisfacción que le produce. Aparece entonces bajo rendimiento, desinterés, falta de iniciativa, pérdida de ilusiones por promocionarse y desmotivación.

    A tenor de lo que recomiendan los expertos, cuando este cuadro adaptativo interfiere de lleno en la vida cotidiana no sólo laboral, sino también familiar y social, es preciso consultar a un especialista.

     

    Maldición bíblica

    "...Maldito sea el suelo por tu causa: / con fatiga sacarás de él el alimento / todos los días de tu vida", reza el Génesis. Esta maldición bíblica de tener que ganarse el pan con el sudor de la frente, que Dios profirió contra Adán, se ha extendido a toda la humanidad. Incluso el término español trabajo procede de la palabra latina tripalium, que era un instrumento de tortura compuesto por tres estacas.

    "El trabajo ha pasado de ser una tarea a cargo de esclavos y menesterosos a convertirse en uno de los ejes de nuestra vida, de manera que para desarrollarse hoy como persona es fundamental disponer de una actividad laboral, que además proporciona capacidad económica, algo indispensable para la independencia y la libertad", afirma Francisco Alonso-Fernández, catedrático de Psiquiatría de la Universidad Complutense de Madrid.

    Si, como recuerda este especialista en una revisión histórica, el trabajo en la Edad Media era algo deleznable, que "todos hacían lo imposible por eludir", con la Reforma protestante, a finales del siglo XVI, pasó a ser algo honroso.

    No obstante, según Alonso-Fernández, uno de los países que siguió oponiendo más resistencia a la introducción del trabajo en la cultura occidental fue España, que en el siglo XVII "ocupaba una posición privilegiada para desarrollarse como país sin necesidad de universalizar esta práctica".

    A juicio de este especialista, cuando el trabajo es alienante o no satisface las expectativas que se ponen en él, se va fraguando un trabajador quemado y empieza a aparecer un cortejo de síntomas variados.

    Entre estos síntomas, Jerónimo Saiz, jefe de Psiquiatría del hospital Ramón y Cajal de Madrid, describe: irritabilidad, agresividad, labilidad emocional, inhibición del deseo sexual, alteraciones gastrointestinales, insomnio, cefaleas, consumo o abuso de alcohol y otras drogas, y agotamiento. Incluso aumenta la presión arterial y pueden alterarse otros elementos físicos como el colesterol, la glucemia o el ácido úrico.

    "Vivimos en una sociedad competitiva, que obliga a que cada vez nos exijamos más a nosotros mismos; una sociedad con prisas, en la que parece que sólo hay cabida para el trabajo, aunque sea fuente de insatisfacción, y no sabemos disfrutar del tiempo libre", advierte Saiz.

    En este sentido, Alonso-Fernández subraya que es de vital importancia saber llenar ese tiempo libre "para encontrarnos con nosotros mismos y con los demás". En opinión de este especialista, conviene tener "aficiones que llenen la vida y también diversiones que la alegren".

    El abordaje del síndrome del quemado pasa necesariamente por un cambio de la propia actitud ante el trabajo y, en algunos casos, por el cambio de empleo. "Puede ayudar mucho al paciente", dice Alonso-Fernández, "una psicoterapia de apoyo ligera y una medicación basada en psicorrelajantes y estimuladores de los sistemas dopaminérgico y noradrenérgico para ayudar a restablecer la energía. No conviene de ningún modo actuar sobre el sistema serotoninérgico, que nos proporciona tranquilidad y sedación".
     

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