Martes, 15 de mayo de 2001

Los diarios de Keith Haring revelan las claves de la furia creativa del artista urbano

Desde los 17 años y hasta su muerte, el dibujante anotó sus inquietudes en cuadernos y servilletas


ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS | Madrid

De los jeroglíficos egipcios a Dubuffet y Pollock, del break-dance a Keats, del metro al hotel Ritz. Los diarios de Keith Haring (publicados ahora en España por Galaxia Gutenberg) revelan, a lo largo de casi 400 páginas, las fuentes, las influencias y las dudas que sembraron a un artista que -no tan inocentemente como parece- logró ser famoso sin necesidad de museos o galerías. Su actitud provocadora y su pintura en apariencia simple conquistaron a principios de los años ochenta a la crítica mundial. El sida, que acabó con él en febrero de 1990, marcó su pintura. Se enfrentó a la enfermedad con una furia creativa desmesurada. Sus dibujos, decía, eran energía sexual transformada.

Publicados en Estados Unidos en 1996, los diarios de Keith Haring (Kutztown, 1958-Nueva York, 1990) fueron escritos entre 1977 y 1989. Es decir, desde los 17 años hasta pocos meses antes de su muerte. El alegre recuerdo de un viaje a Pisa cierra el último manuscrito. 'La torre es imponente e histérica. Cada vez que uno la ve, no puede por menos que sonreír'. Poco antes ha visitado en Roma la Capilla Sixtina: 'La Iglesia parece que ha estado siempre en manos de una jerarquía gay omnipresente y muy antigua... Todas las esculturas glorifican la belleza sexual de una forma tremendamente masculina'. Haring mezcla estas reflexiones con la enumeración de sus rutinas diarias. Visita Madrid por Arco. Claude Picasso le recomienda que vea El Escorial. Lo hace y le impresiona. Arco le resulta 'aburridísimo'. 'Me ha creado justo el efecto opuesto al del Prado'. El pintor va a una fiesta 'en honor a un cantante español: Bosé'. 'Había un montón de paparazzis, aunque ninguno me ha reconocido; por supuesto, había un montón de pesados'.

De aeropuerto en aeropuerto, el pintor reconoce sus miedos: 'Me he preguntado si alguna vez seré aceptado en los museos o si desapareceré con mi generación'. Cuando Haring expresa este temor han pasado 10 años desde que, en un gesto de genio que se convirtió en icono de una época, había convertido las calles de Manhattan en su estudio privado. Haring había sido capaz de pintar un inmenso cuadro en plena calle en 20 segundos. Pero su verdadera fama había empezado bajo tierra. 'Un día, yendo en el metro, vi un panel negro vacío. Enseguida pensé que ése era el espacio más idóneo para dibujar. Subí a la calle, busqué una papelería, compré una caja de tizas blancas y volví al metro'. Allí, entre vagón y vagón, se catapultó su fama. Los coleccionistas robaban por las noches sus dibujos. Un día, un policía le detuvo. Al llegar a comisaría, y después de identificarse, Haring recibe los honores de un héroe. La leyenda está servida.

'Creo que el arte debe formar parte necesariamente de nuestro entorno, de nuestra sociedad. El arte es una idea, una forma de vivir, de ver y de ser, una actitud hacia la vida, es el respeto y la comprensión del orden', escribe en 1979. Ese mismo año copia en sus diarios citas de Cocteau, Artaud y Wittgenstein. Los versos de Whitman son recurrentes.

Haring descubrió su homosexualidad a los 14 años ('los tíos tan puñeteramente guapos me ponen de los nervios; esos chicos tan monos, tan monos, monísimos. No hago más que mirarlos'). Desde muy pronto, el artista reconoció en el sexo su mayor fuente de energía. 'La energía, la energía sexual, es quizá el impulso más fuerte que siento. ¿Más fuerte que el arte?', continúa escribiendo.

Si en los primeros diarios Haring piensa en voz alta, en los últimos se vuelve más telegráfico. Los lapsos de tiempo crecen y la desgana se hace evidente. El trabajo y el éxito se multiplican. Sus bebés resplandecientes, sus figuras danzantes, sus ovnis y orgías son populares en todo el mundo. El nacimiento y la muerte, el amor y el sexo, son los temas recurrentes. En 1988, el trabajo por los enfermos de sida se convierte en una obsesión para el pintor. Además de su famoso trabajo de mayo de 1989 Silencio=muerte, Haring se atrevió a personificar el virus en forma de esperma demoniaco.

Con la influencia de la visión popular mexicana de la muerte Haring representa su propio terror. En la introducción a los diarios, el especialista Robert Farris Thompson afirma: 'El esqueleto sonríe y expande las costillas. Haring acepta su propia muerte, porque ha encontrado en su arte la llave que transforma el deseo, esa fuerza que lo ha llevado a la muerte en una floreada elegancia que trascenderá su propio tiempo'.


Sexo e inocencia

En la introducción a los diarios de Keith Haring, Robert Farris Thompson destaca las contradicciones que marcaron la obra del artista. 'Ingenuo y sofisticado, sexy y puritano, seguro e inquieto, un hombre corriente que al final de su vida hizo decorar su piso al estilo del Ritz'. Las contradicciones se agudizan en las últimas páginas del diario del artista. 'Y donde más contradicciones hay, más vivo está'.

Farris Thompson se refiere al sexo, siempre presente en la obra de Haring, y la ingenuidad, el otro gran tema de una obra que fluyó entre la tensión que en él ejercían el horror y el pudor.

En una ocasión, Haring dice que en el metro jamás incluyó dibujos explícitamente sexuales 'por los niños'. 'El bebé', añadió el pintor, 'se ha convertido en mi logotipo y firma, porque es la experiencia más positiva y pura de la existencia humana'.

Para Haring, los niños pequeños eran sagrados: 'Son portadores de la vida en su forma más simple y alegre'.

En una ocasión, unos amigos le pidieron que pintara la cuna de su bebé. Haring accedió. Junto a las figuras nuevas que improvisó para su pequeño cliente incluyó una ajena: Mickey Mouse. 'Por amor abandonó sus propias creaciones. Se trata de una obra especialmente interesante, porque en ella no existe ni una muestra de ego por parte del artista'.


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