Comentarios sobre La Literatura y el Mal de Georges Bataille

Numa Tortolero

 

No sólo se necesita audacia para enfrentar lo imposible. Cuando se posee la inteligencia para discernir los peligros que se corren en la loca apuesta que se realiza al aceptar el compromiso con lo impensable, cabe sospechar la existencia de móviles tan fuertes como la vida que impulsan hacia ello. ¿Por qué hombres de vasta cultura emprenden la tarea de pensar lo imposible?

Nuestra época, debe enfrentar el dolor del cada vez más agravado desgarramiento que padece Occidente desde siempre. Cuando el pensar en escasos momentos se convierte en un destello entre los crujientes andamiajes del tiempo, por lo general es un grito, un lamento o un canto desesperado. Esto es patente, por ejemplo, en un pensador como Nietzsche, momento especial del proyecto del pensamiento occidental vertido como estallido de la metafísica, realización acabada del destino de la humanidad.

¿Qué se deja escuchar en este lamento moderno, en el quejido romántico cuyo eco no deja aún de resonar en estos laberintos que constituyen nuestra época? La muerte de Dios, el impostergable cuestionamiento del valor que para la vida tiene la verdad, y sobre todo una genealogía de la moral que pone en evidencia la fatuidad de una época que se afana en la comodidad y en una seguridad idiotizante; son acontecimientos que parecen señalar un trastorno de los esquemas mentales y sociales de Occidente, cuando no delatan su esencial nihilismo.

Si el pensar debe enfrentar lo iniluminable, lo que no ofrece superficie para la reflexión, si tiene que hacer caso omiso de los consejos que sospechosamente le ha transmitido una tradición ilustrada, si lo imposible es su horizonte, es porque el pensar se traiciona a sí mismo, revela su propia imposibilidad, porque constata que lo imposible es su elemento. Si acatáramos la paradójica sentencia del Tratactus de Wittgenstein, "de lo que no se puede hablar mejor callar", seguramente nuestro ámbito se reduciría al silencio absoluto. La sentencia de Wittgenstein adquiere hoy un sentido único, particular, en cuanto que exige un trato más respetuoso del misterio, impone una medida, llama el pensar a la mesura. Percibir lo oscuro como oscuro, ir a las penumbras sin amuletos ni brújulas, captarlo hasta el estremecimiento y el terror; tal parece el compromiso de una época, una tarea que han asumido autores como Georges Bataille.

Bataille es el autor de una obra influyente, determinante sobre todo en el pensamiento francés contemporáneo. Autores como Jacques Derrida, Gilles Deleuze, Michel Foucault, se ubican en las coordenadas trazadas en los escritos de Bataille. En la vasta obra de este singular escritor, lo oscuro impensable es un motor inmóvil que, como un abismo colmado de vértigo, seduce desde lo más inexorable del vacío donde se pierde la mirada. Es así como Bataille acabó siendo pionero, junto con Pierre Klossowski, en el estudio del pensamiento de Nietzsche. Bataille es autor de un libro muy influyente, titulado precisamente Sobre Nietzsche. Y la enseñanza de Nietzsche debe encontrar repercusión en muchos escritos de Bataille, especialmente en los que dedicara al tema del mal. Los lectores de Nietzsche intuimos aquí intentos de transvaloración. La manera como Bataille aborda el tema del mal en sus relaciones con la literatura es una premonición filosófica escalofriante.

La Literatura y el Mal. Se trata del título de uno de los clásicos acerca del tema, y por lo tanto una referencia imprescindible cuando la ingenuidad empieza a tornarse estupidez. Su lectura nos ofrece una buena perspectiva de las discusiones sobre ética y cultura, precisamente porque vislumbra en la literatura una vía de acceso al pensamiento de lo imposible, un camino comúnmente dejado de lado en esta época. La literatura es una forma de indagación. Es algo que no puede negarse, sobre todo después de la lectura del libro de Bataille.

Esta apelación a la literatura en la indagación no deja de cuestionar su existencia. Pero es en ella, gracias a los artilugios de la escritura y el estilo, donde el pensar es violentado y martirizado con imágenes crudas, nauseabundas, que hacen inevitable la intervención de los afectos, escupiendo una pútrida defecación en la acéptica faz del pensamiento sistemático. Muy pocas veces la filosofía se permite esto. La conmoción debe ser inevitable, y no se alcanza sin arte y sin estilo. La experiencia del pensar en las inmediaciones de lo oscuro exige que algo haya sido solicitado, conmovido en nosotros.

A través de los artilugios de la letra, Bataille ejerce una torsión cruel, transgrede nuestros esquemas morales y espistemológicos. Los trata como un ser que se ofrece en sagrado sacrificio. La ambivalencia del bien y del mal es sospechosa y por tanto digna de investigación. Y no es en los tratados de ética clásicos donde encontramos pistas para ello, pues éstos ya se han prejuzgado los hechos desde siempre, a priori, mediante las consabidas calificaciones morales. La verdad, lo que termina siendo llamado de esta manera, no resulta sino una ilusión más, una máscara que el destino ha hecho inevitable. Y como la verdad siempre está ligada a la experiencia, no hay verdades de lo que una moral particular nos evite experimentar. Hay verdades que requieren la transgresión, el traspaso de nuestros valores, que algo sea aniquilado en nosotros mismos. Podría ser uno de los principios del pensamiento de Bataille, porque se mueve en una espiral constituida de paradojas donde lo posible nace de lo imposible, el erotismo de la muerte, y la experiencia mística de una ateología, la economía del gasto y del exceso.

El exceso. Esta idea es reveladora de las pretensiones de Bataille. Pues su pensar parece buscar constantemente exceder los límites, por lo que la desmesura parece ser en él un atributo esencial. Se trata por supuesto de un exceso ético donde la neutralidad propia de la mismidad característica del bien, debería dar paso a la multiplicidad afectiva del influjo que ejerce sobre nosotros "lo otro", lo que permanece amenazante y premonitorio en las penumbras, más allá y a pesar de nosotros y de nuestra voluntad. Es lo indómito que habita en las pasiones que no alcanzan aún forma social ni lugar común.

Sin embargo, el acercamiento de Bataille a la escritura y a la literatura no deja de ser problemático. No sólo por las paradojas que hemos mencionado, sino también porque la literatura misma debe sufrir el látigo de la transgresión que a través de ella se ejerce y declararse culpable. Es aquí, en este imperativo del pensamiento de Bataille, donde se pone en evidencia la importancia del vínculo de la literatura con el mal. No se trata tanto de un método, un camino que conduce hacia la luz, como el enfrentamiento de otra paradoja: la que se da entre el funesto deseo de desaparecer la escritura, de hacerla añicos, y el hecho de que este trabajo no es posible hacerlo sino en el seno de ella misma. Se trata de una búsqueda imposible donde la escritura, la huella originaria, debería poder borrarse y aniquilarse a sí misma, ofrecerse en sacrificio.

En este clásico, La literatura y el Mal, Bataille aborda el tema del mal en ocho ensayos, escritos en épocas distintas pero revelando a pesar de ello asombrosa unidad. Cada ensayo es dedicado a la obra de algún autor especial. Comienza el libro con un ensayo dedicado a Emily Brontë. Sí, Cumbres Borrascosas es una obra que pese a su cuidado lenguaje victoriano alcanza a revelar con nitidez la estrecha relación entre el tormento del amor y la muerte. Bataille sostiene la tesis de que la verdad más íntima del amor puro es la muerte y que más nadie ha sabido expresarlo como Emily Brontë a través de la unión de los héroes de Cumbres Borrascosas, Catherine Earnshaw y Heathcliff.

Sorprende un poco encontrar entre los ensayos del libro uno dedicado a Jules Michelet, el importante historiador a quien debemos el llamar Renacimiento a la época entre la Edad Media y la época Barroca: ¿quién sino un aguzado lector como Bataille podía ver un destello maldito en la obra de Michelet?. Se trata de La Sorcière (La Bruja), en donde el autor plasma con poética crudeza la presencia del mal en la historia, en la formación del espíritu de la humanidad. Los otros autores que trata Bataille acá, algunos más adecuados que otros a nuestra imagen de escritor maldito son: El Marqués de Sade, Charles Baudelaire, Williams Blake, Jean Genet y Kranz Kafka. Otros autores, como Isidore Ducase, el Conde de Lautreamont, han producido una obra literaria tan arraigada en el mal que Bataille consideró banal considerarlos en su trabajo.

Detrás del tratamiento que hace Bataille del Mal, está presente la llama política. No se puede olvidar que colaboró con los comunistas, animando al grupo "Contre-attaque" durante el frente popular. En Bataille, la reflexión sobre el Mal no deja de tener un tinte político. Encontramos acá la influencia de Hegel quien, a través de las enseñanzas de Kojève, fue determinante en los miembros del Colegio de Sociología, especialmente en Bataille. Hemos asomado en Bataille el anhelo de lo imposible, la elección de la transgresión y el traspaso. Éstas podrían ser consideradas derivaciones de un proyecto menos patente y que, en el caso de Bataille, buscaría superar el pensamiento, atravesar el ámbito subjetivo, y encontrar una reconciliación con las cosas en un punto muerto, donde sujeto y objeto entrarían en unidad absoluta, realización concreta y total del espíritu. Este movimiento de superación, buscado con insistencia, históricamente se traduciría en revoluciones que han darían pie a determinantes transformaciones sociales. ¿Qué papel juega el mal en estos movimientos rebeldes del espíritu? ¿cómo colabora en la supresión de las diferencias entre el sujeto que piensa y el objeto que es pensado? Supone Bataille que semejante estado sólo se alcanza a través de un "desencadenamiento" que lleva a la pérdida de la conciencia, al estremecimiento más conmovedor del alma. Es el desencadenamiento del impulso erótico: "El desorden sexual descompone las figuras coherentes que nos establecen, ante nosotros mismos y ante los otros, como seres definidos (les hace resbalar hacia un infinito que es la muerte)". Sólo en la suprema conmoción del enfrentamiento con la angustia de la muerte, más allá de su representación artificial que nos hacemos de ésta, hay oportunidad para la verdad, porque la reconciliación absoluta exige la conmoción que sólo puede ser producido por el terror que imprime en nosotros el siniestro abismo del encuentro con la muerte. Es una de las enseñanzas que nos transmitió Hegel a través de las páginas que dedicó a la dialéctica del amo y el esclavo en su Fenomenología del Espíritu.

El ensayo que dedica Bataille a Jean Genet es un péndulo que parte de la lectura de un libro que sobre este autor escribió Sartre: Saint-Genet, considerado por Bataille la obra más brillante y mejor lograda del autor. El péndulo oscila desde las consideraciones de Sartre hasta las crudas citas del propio Genet: "Tenía dieciseis años... en mi corazón no conservaba ningún lugar en donde pudiera alojarse el sentido de mi inocencia. Me reconozco como el cobarde, el traidor, el ladrón, el marica que los demás veían en mí... Y tenía el estupor de saberme compuesto de inmundicias. Me hice abyecto". Aquí, de modo parecido a Sade, el Mal aparece como un ideal que se desea alcanzar, que se persigue como la mayoría perseguimos el Bien. Se destaca en la obra de Genet la indiferencia a las valoraciones morales en favor de las estéticas, como si lo esencial fueran las formas y éstas, además de ser independientes de sus consecuencias éticas, alcanzaran mayor belleza cuando toman la figura del Mal.

Prefiero dejar al lector el examen de los interesantes ensayos que Bataille incluye en La Literatura y el Mal, ya que, además de los límites que me impone la brevedad esencial del espacio de una reseña, no quisiera distorsionar ni delimitar la rica gama de implicaciones y afectos que despierta la obra de Bataille por sí misma: no quisiera despertar prejuicios. Lo que si podría afirmarse sin temor a equivocarse es que La Literatura y el Mal es una obra estimulante, quizás no el libro más importante de Bataille, pero sí esencial para la consideración del tema que ahí se trata. Son pocos los trabajos sobre el tema con tanta fuerza. No se trata sólo de la información que nos pueda dar acerca del tema ni de los razonamientos que realiza al respecto, sino también del particular estilo de Bataille que, como lo hace Sade, une el impulso iluminador del juicio y del rigor argumentativo al descabellado proyecto de pensar la idea del Mal, proyecto que no podría encontrar ubicación en las fronteras de la metafísica; podríamos hablar de una especie de malditología, una lógica del mal que, en estos momentos de rígidas esquematizaciones, donde todo es meticulosamente determinado y separado en compartimientos estancos, siguiendo el esquema de construcción del Titanic, sólo podría tener cabida en el escaso ámbito que le dejamos a la literatura.

Numa Totolero


 

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